sábado, 4 de diciembre de 2010

Café

plantas magicas
El famoso qahwa de los árabes, nombre de donde proviene nuestro café actual, inicialmente designaba una bebida preparada a partir de los granos del cafeto. Sin embargo, es posible que esta palabra árabe provenga a su vez de un término mucho más antiguo, ya que el cafeto fue importado de Alta Etiopía a Egipto, Persia y Arabia -especialmente en la región de Moka, en el Yemen, que lleva el nombre de una gran cosecha de café-, mucho antes de su aparición en Europa, en el siglo XVII, donde obtuvo un éxito fulminante. En todo caso, antes de ser capaces de torrefactar los granos del cafeto, es decir, antes de saber calentarlos con el fin de extraer los aceites aromáticos con unos efluvios y un gusto tan agradables, se consumían seguramente después de pelarlos, triturarlos y luego hervirlos en agua como parece que se hace todavía en Etiopía. Por otro lado, todo deja suponer que la torrefacción del café no tiene más de cinco o seis siglos, puesto que no ha subsistido ninguna leyenda mítica sobre el café en Etiopía. Recordemos que ese país fue el reino de los sábeos, de donde fueron exportados los inciensos y las especias de Arabia al Medio Oriente, Oriente y Europa, e incluso Asia, durante los cinco primeros siglos antes de nuestra era aproximadamente.
En cuanto a las propiedades del café, se supone que estimulan las facultades cerebrales y favorecen la actividad muscular. Dichos efectos se deben a la cafeína, un alcaloide natural idéntico a la teobromina (véase el cacao), que se encuentra en estado libre en el café verde, pero también porque el café es rico en prótidos y en lípidos y contiene magnesio y potasio. Se la considera, pues, una bebida euforizante, que puede tener efectos excitantes, pero también tónico-cardíacos, es decir, que producen un estímulo del ritmo cardíaco. De ahí que, en grandes dosis, pueda ser la causa de insomnios, de problemas nerviosos, de taquicardias y, a veces, incluso de estados depresivos

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