sábado, 4 de diciembre de 2010

Trigo

plantas magicas
Atributo de Osiris, la divinidad egipcia de la resurrección, y de Deméter, la gran diosa mítica griega de la fertilidad, el trigo es indisociable del pan, y, por tanto, del cristianismo. Juntos tienen una carga simbólica relacionada con la metamorfosis, la alquimia del cuerpo y del alma, los alimentos terrestres y materiales que se pueden transformar en alimentos celestes o espirituales. De manera que no fue por azar que, en la leyenda mítica de Jesús, él mismo dijese: «Yo soy el pan de vida» (San Juan, 6, 33). Tampoco parece casual que este último naciera en Belén («la Casa del trigo», en hebreo), ni tampoco es una coincidencia que en una sus célebres parábolas el grano de trigo le sirviera de ejemplo para ilustrar el destino del hombre en la Tierra. Según él: «si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, se queda solo; pero si muere, dará muchos frutos». (San Juan, 12, 24). Ya en el milenio VII antes de nuestra era, en la región que hoy llamamos Oriente Medio, se cultivaba una variedad rústica y primitiva del trigo. Sin saber que el grano de trigo era rico en fósforo, en magnesio y en calcio, nuestros antepasados conocían sus beneficios, antes incluso de haber hecho pan, cuyo nombre, emparentado con el latín pascere, «pacer», entra así en relación con el «pastor». En muchas comunidades se atribuían propiedades mágicas al pan hecho con la última gavilla de trigo cosechada en un campo. Los que comían de aquel pan quedaban protegidos de las desgracias y enfermedades. El pan de trigo, de centeno o con levadura, favorece el crecimiento de los niños, combate la desmineralización, estimula el tono vital y las facultades cerebrales. Al igual que el huevo, el trigo contiene todos los elementos que un organismo necesita. Pero si hacemos caso de la parábola de Jesús, es el bien de gran riqueza que debemos saber sacrificar para que pueda convertirse en un bien todavía mejor.

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