Por eso, se cultivaba casi siempre en los puertos. También se utilizaba mucho para confeccionar velas de barcos y telas, que los campesinos empleaban para vestirse, para sacos de grano y para colchones. Pero aunque el cáñamo de origen indio y asiático, gracias a su gran resistencia, fue muy útil al hombre, de entrada éste no vio en él una planta textil, sino una hierba de propiedades mágicas, narcóticas, es decir, sedantes, hipnóticas, analgésicas o calmantes para el dolor. Así que, a partir de su grano, se producía un aceite utilizado justamente para apaciguar el dolor.
Un tratado de medicina china que data del siglo XV a.C. ya lo mencionaba como remedio ideal para aliviar los dolores del reumatismo y curar la gota. En el siglo I de nuestra era, Plinio el Viejo testifica el hecho de que los griegos y los romanos también tenían conocimiento de las virtudes milenarias del cáñamo: «la raíz, cocida en agua, da flexibilidad a las articulaciones rígidas y tiene una acción muy saludable sobre la gota y otras inflamaciones de las articulaciones». Por último, en cuanto a las extrañas propiedades narcóticas de esta planta, parecen ser conocidas desde el principio de los tiempos. Herodoto hace alusión a ellas en el siglo V a.C. al hablar de los escitas, los cuales, explica, se pirraban por la embriaguez que les procuraban los granos de cáñamo, que se consumían lentamente. Manuscritos sánscritos anteriores a la obra de Herodoto hacen igualmente alusión a lo que los hindúes llamaban el alimento de los dioses, y que no era más que una bebida a base de cáñamo.
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